Esculturas naturales de Piedra

Teresa González Díez

¿Alguna vez se ha parado a pensar en qué momento de la Historia al hombre se le ocurrió empezar a dar golpes a una piedra para convertirla en una escultura que representase algo real y reconocible?
Y no fue a uno o a dos, con cerebros especialmente inteligentes, o manos suficientemente hábiles para su época, sino a muchos a la vez, en diferentes sitios del planeta y en diferentes culturas.

Encontramos maravillas allá donde miremos: desde la antigua Mesopotamia con sus toros alados, Egipto, con sus faraones monumentales, India y sus templos de Khajuraho, México y las esculturas aztecas o las cabezas monumentales de la Isla de Pascua en Chile, a más de dos mil kilómetros del continente más cercano; Grecia, Roma...

A veces, nos sentamos a descansar después de un largo paseo, o nos quedamos admirando el lugar que nos rodea, y ahí, de repente, en esa roca que está en la orilla de un río, en el borde de un acantilado, en lo alto de un montículo, se nos representa  aquello que nuestra imaginación quiere ver.

Lo mismo debió de pasarles a esos escultores de hace miles de años. Todos vieron un pájaro, un león herido, un hombre lanzando un grito de dolor. Más de uno pensaría que los dioses habían petrificado al que allí estaba, por algún motivo que nadie sabía, y lo habían dejado en ese lugar  como recordatorio de las iras divinas.

Seguramente hubo un día en el que alguien decidió retocar lo que veía y dando un toque aquí y otro allá vio que aquella piedra empezaba a tener más parecido con la realidad y decidió mejorarla, pulirla, hasta conseguir una obra de arte.

Hoy en día seguimos poniendo en nuestras ciudades y pueblos esculturas naturales, hechas, no por la mano del hombre, sino por la Naturaleza. Algunas las remarcamos en las rutas turísticas, como es el caso de La Ciudad Encantada en la provincia de Cuenca (España); a otras las arrancamos de su sitio y les añadimos un chorrito de agua y hacemos de ellas una fuente o les colocamos una placa en memoria de algo o de alguien.

Se dice que Miguel Ángel, el más famoso escultor del Renacimiento italiano, cuando iba a las canteras de Carrara escogía los bloques donde él veía ya su escultura terminada. Seguramente ese “don” lo hayan tenido y lo tienen todos los escultores de la Historia. Seguimos teniendo esa imaginación de nuestros antepasados y seguimos viendo cosas curiosas en la naturaleza que nos resultan irresistibles y bellas.

Sections